jueves, 16 de mayo de 2019

Cuando me volví a ilusionar con el rol

Jugando a Dungeons & Dragons

Hoy toca un nuevo post que busca incentivar la entrada de los juegos en colegios e institutos. Pero hoy no hablamos de ludificación, ni ABJ (o GBL), ni teorías de juego aplicadas a las clases o al currículum. Ni siquiera de las razones por las que, especificamente, deberíais llevar los juegos de rol al patio, que era lo que en un principio quería hacer.


Hablemos de jugar.

De jugar por jugar. De compartir tiempo y espacio, risas y alegrías. De un entorno fraternal en el que desarrollar los vínculos afectivos y la camaradería.

Hablemos de introducir los juegos de rol en los descansos (patios, recreo, comedor... Todo lo que sea no académico).

Llevo casi (o sin el casi) 25 años como jugador de rol. Pero he tenido rachas muy largas en las que abandoné, por diferentes motivos, esta afición. Sin embargo, mi trabajo como profesor me ha permitido tener la suerte de volver a reencontrarme con ella.

Porque sí, también tengo partidas ocasionales con mi antiguo grupo, o con otros recién formados, o partidas ocasionales con monstruos nacionales del rol (tenía que decirlo). Pero el grueso de mis partidas ahora mismo es con adolescentes. Dungeons & Dragons, La llamada de Cthulhu, Star Wars, Ratas en las paredes... Este blog también es una crónica de esas partidas.

¿Y sabéis qué? Estos meses de microsesiones de hora, hora y media, que tenemos cuando podemos jugar, han hecho que vuelva a enamorarme del rol. Me han ilusionado de nuevo. Me han devuelto el entusiasmo por esta afición, a pesar de que a veces la partida va más o menos bien, o tenga algún jugador munchkin, o la aventura sea básicamente mazmorreo. Me lo paso genial con ellos. Y ellos también se lo pasan bien (o no volverían, eso está claro).

En sus caras veo las dudas, las risas, las discusiones de mis amigos y yo a esa edad. Yo era como ellos. Y me alegro de poderlos haber introducido en esta afición, en este teatrillo, en -como diría maese Pepe Pedraz- la experiencia definitiva.

Ratas en las paredes
Otro día os hablaré de los beneficios, más o menos tangibles, que aportan los juegos de rol, no ya dentro de una clase, sino al colegio, a la convivencia.  Hoy me vais a permitir una entrada un poco ombliguista, porque lo necesitaba, necesitaba decir lo bien que me siento jugando de nuevo. Escapando por un rato a ese pueblo perdido de Estados Unidos donde un mago prestidigitador ha  hecho una extraña promesa a un grupo de niños. O a ese sótano oscuro que alberga secretos tras esa reciente pared de obra. O a esa gruta que conecta con un caserón abandonado, donde se esconden unos desaprensivos bandidos comandados por un hechicero con un báculo de cristal. Viendo las caras de los jugadores. Escuchando sus teorías o sus planes. Describiendo entre sus risas los efectos de pifias y críticos. Viviendo la experiencia.

El rol no son unas tiradas de dados, ni una ficha de personaje. No es una pantalla o un reglamento. No es jugar sesiones de cinco horas o de cincuenta minutos. Es la inmersión, es la historia que te atrapa, es la hermandad entre el grupo que comparte mesa. Es la magia de las palabras. Las palabras son mágicas, el lenguaje es mágico (lo sabemos todos los que vivimos de las palabras), y el rol es toda esa magia en acción.

Ayer terminábamos Down Hills, una leve adaptación de la historia El chiste del bufón de Diego Marqués para Ratas en las paredes. Tras siete sesiones y unas nueve horas de juego, con un sistema que ni ellos ni yo habíamos probado antes, los resultados fueron espectaculares. La historia busca un sabor ochentero, mezcla entre It y Stranger Things, que funciona genial para enganchar a los jugadores. Una historia que anima a sacar partido del lado emocional de los jugadores, que empatizan con el trasfondo de su personaje. La resolución fue épica y vibrante. Y el remate, la vuelta a casa, creo que se cerró de manera muy narrativa y cinematográfica. En esta última partida, más que en las de D&D, pude sacar lo mejor de mí como narrador, y creo que fue una de las claves de que funcionara tan bien. De hecho, revisando la misma partida que jugamos en youtube de otros jugadores, me di cuenta de que no soy precisamente un mal director.

En resumen: llevando los juegos de rol al cole podréis contagiar vuestro entusiasmo y vuestra afición al alumnado. Y ell@s podrán disfrutar de esa magnífica experiencia, que además recordarán de forma casi legendaria al ser tan jóvenes. Pero no lo hagáis sólo por ellos (que ya sería suficiente), sino también por vosotr@s mism@s. Seguro que no os arrepentiréis.